La sextorsión es corrupción debido a su inherente abuso de poder.
El abuso de poder y la obtención indebida de favores sexuales son los componentes clave en la definición de sextorsión. Así establecen Whitney Bragagnolo y Yanei Lezama en el desarrollo de una tesis doctoral titulada Sextortion in sport: an applied ethics approach to misconduct.
A pesar de que la sextorsión se presenta en diversos sectores e industrias, su estudio en el ámbito deportivo ha sido limitado, a pesar de tratarse de un fenómeno persistente y estructural.
La sextorsión se configura en relaciones asimétricas de poder, como entre dirigentes, entrenadores, atletas, voluntarios y staff en una organización deportiva pública o privada.
Uno de los errores sistémicos —y en ocasiones intencionados— en el modelo de gobernanza deportiva, caracterizado por una autonomía autoreforzada, es abordar la violencia sexual como un hecho aislado e individual, ignorando sus raíces estructurales: el abuso de poder, la cultura de censura, y las dinámicas de género que permiten la sextorsión y otras formas de explotación, muchas de ellas toleradas en el deporte de élite.
Aunque las dinámicas de género han afectado principalmente a mujeres, es importante señalar que el sistema también reproduce roles funcionales que permiten que algunas mujeres actúen en favor de los perpetradores, a menudo como estrategia para conservar privilegios dentro de la estructura de poder. Así lo manifiesta una de las atletas que entrevistamos para esta nota.
En el deporte, la sextorsión se manifiesta como una presión encubierta para participar en actos sexuales a cambio de beneficios como patrocinios, contratos, minutos de juego o la no exclusión de competiciones. La amenaza de perder estas oportunidades constituye un mecanismo coercitivo central.
Se pueden identificar al menos cinco factores estructurales que facilitan la sextorsión en el deporte, en paralelo con otras formas de corrupción: (1) concentración de autoridad sin mecanismos de control, (2) desequilibrios profundos de poder en las estructuras deportivas, (3) cultura del silencio, (4) valores asociados al deporte como la autosuperación a toda costa, y (5) una legislación inadecuada que refuerza la autonomía de las organizaciones deportivas. En esta entrada describimos cómo los actores privados usan estrategias discursivas en la gobernanza global del deporte utilizando el modelo de autonomía autoreforzada.
Véase, por ejemplo, el informe de Human Rights Watch (2021) sobre la aceptación institucionalizada de abusos en contextos deportivos, el cual documenta cómo las estructuras de poder encubren patrones de violencia sistemática.
En el ámbito deportivo, coexisten regulaciones formales con prácticas informales que moldean el comportamiento de atletas, entrenadores, dirigentes y voluntarios. Estas dinámicas permiten la conformación de redes de poder e intercambio de favores, donde las conexiones personales, la lealtad incondicional y la cultura del silencio terminan protegiendo a los perpetradores y reproduciendo estructuras corruptas.
