Industria o Ecosistema

Nos preguntamos en un debate reciente sobre el Modelo Europeo del Deporte en Colombia si ¿El Sistema Nacional del Deporte (SND) debe entenderse como una industria o como un ecosistema? Esta distinción no es semántica, sino que define el tipo de gobernanza, los valores predominantes, y las prioridades de política pública en torno a la actividad deportiva.

Aunque se reconoce ampliamente la función social del deporte, su carácter como derecho fundamental sigue siendo objeto de debate. En el marco jurídico colombiano, el deporte es un derecho por conexidad, lo que debilita su defensa institucional frente a otros derechos. Esta ambigüedad se agudiza cuando predomina una visión industrial del deporte, enfocada en rendimiento, visibilidad mediática y rentabilidad, en detrimento de la inclusión, la equidad y el desarrollo comunitario.

El SND ha transitado por varias etapas de evolución —centralización, consolidación e institucionalización—, pero continúa siendo un sistema funcionalmente fragmentado. La descentralización sin una arquitectura robusta trajo consigo la desaparición de entidades locales clave y una dependencia crítica de recursos del nivel nacional. Todo ello redujo la capacidad del deporte para integrarse en agendas sectoriales (salud y educación principalmente) y territoriales más amplias.

Aunque la idea de una mejor gobernanza, o buena gobernanza como es conocida internacionalmente ha sido instrumentalizada a través de mecanismos como el SGO y el NSGO entre otros, una de las contribuciones más importantes al debate actual proviene de una perspectiva procesual y relacional de la gobernanza, que cuestiona los enfoques técnicos, normativos y lineales predominantes. Para el profesor Maarten Van Bottenburg (2021) de la Universidad de Utrecht, la gobernanza es una práctica social, dinámica y evolutiva, que debe considerar al menos tres elementos: La historia y las relaciones entre actores, el poder, la dependencia y la legitimidad, y el capital simbólico.

No olvidemos que los sistemas se crean con actores individuales e institucionales que condicionan el presente y determinan la viabilidad de cualquier reforma. Por otro lado, existen relaciones asimétricas entre federaciones, gobiernos y actores privados que generan estructuras de poder difíciles de desmontar. Además, considerar que la confianza pública y el control social no pueden imponerse; deben construirse en procesos abiertos y participativos.

Van Bottenburg sostiene que no basta con definir estructuras; es necesario revisar los mecanismos de representación y rendición de cuentas de los actores. Desde esta óptica, la gobernanza deportiva debe abandonar su carácter normativo y adoptar una lógica ecosistémica, donde las reglas emergen del diálogo entre actores diversos y no de imposiciones jerárquicas. El diseño del SND ha privilegiado a ciertas élites, reproduciendo estructuras de exclusión que afectan especialmente al deporte base y comunitario.

La evolución hacia un ecosistema deportivo requiere una ruptura con la lógica industrial y una revalorización del deporte como bien público. Ello implica:
Fortalecer la articulación intersectorial (educación, salud, cultura).
Promover la descentralización con capacidades reales de gestión.
Democratizar las organizaciones deportivas de arriba hacia abajo y viceversa.
Priorizar la ética por sobre la regulación formal.

A manera de conclusión

Aunque el Sistema Nacional del Deporte ha registrado avances en infraestructura, políticas públicas y resultados en el alto rendimiento —incluidos logros olímpicos—, persisten problemas estructurales profundos: fragmentación institucional, escándalos de corrupción principalmente vinculados a megaeventos deportivos, y una desconexión con la educación física, la recreación y el deporte comunitario y de base.

Este debate nos obliga a preguntarnos cómo entendemos el deporte en una sociedad democrática. La transformación necesaria no se limita a reformas administrativas o legales; exige un cambio cultural y ético que redefina las prioridades del ecosisistema.

Si consideramos que los ecosistemas no tienen jerarquías ni coordinadores, repensar el SND como un ecosistema implica redistribuir recursos en función de actores y subsistemas que coexisten, a veces con fines y medios opuestos, pero en ocasiones complementarios. La falta de una visión nacional legítima refuerza la existencia de una arquitectura institucional rígida frente a los desafíos actuales. Lo ideal sería una estructura que siguiera a la estrategia, no como el sistema opera en la actualidad.

Si bien las medallas olímpicas son valiosas por el efecto generalizado de bienestar y el mensaje de unidad nacional que transmiten, ya es hora de preguntarnos qué significan estos logros si no vienen acompañados de una función social transformadora.

Por Editor E

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