Discurso del periodista Karim Zidan en Play the Game 2024, durante el panel sobre Sportwashing. Su ponencia se titula “El poder saudita trasciende el sportwashing”.


El punto de inflexión para mí fue el 1 de enero de 2023, cuando pude adquirir el contrato de Leo Messi con la autoridad de turismo de Arabia Saudita. Sí, el mismo Messi que jugaba contra el Al Ahly el día que marcaría mi carrera.

Meses después, publiqué los detalles para el New York Times junto con mi colega periodista Tariq Panja y se convirtió en una de las historias más importantes de mi carrera. Era la primera vez que la asociación de una superestrella del fútbol con el reino quedaba al descubierto, ofreciendo una visión poco común de los acuerdos contractuales de Arabia Saudita.

Estas son algunas de las cosas clave que deben saber:

  • A Messi se le paga aprox. 2 millones de dólares al año por sus publicaciones en las redes sociales promocionando el reino.
  • Le pagan otros 2 millones de dólares por cada visita promocional al país. Esto incluye visitas con su familia, donde montan en camellos y observan a los artesanos tejer sombreros de paja.
  • Otros 2 millones de dólares al año para obras de caridad en Arabia Saudita.

Todo ello ascendió a 25 millones de dólares en 3 años, con opción de renovación.

Lionel Messi y Antonela Roccuzzo en Arabia Saudita.

Pero aquí está lo grande: Messi no puede decir nada que “empañe” la imagen o la reputación de Arabia Saudita. Considera eso por un momento. Básicamente, Arabia Saudita compró el silencio del que posiblemente sea el mejor futbolista de todos los tiempos por un total de 25 millones de dólares. ¿Quién crees que obtuvo la mejor parte del trato?

También fue un ejemplo clave de cómo las estrellas del fútbol de Arabia Saudita son más que simples atletas; son anuncios ambulantes que el reino ha aprendido a utilizar en sus esfuerzos por controlar la narrativa global.

En mi opinión, este es un ejemplo de cómo la estrategia deportiva de Arabia Saudita ha ido más allá del sportwashing. En verdad, el sportwashing –un término que usamos para describir el lavado de reputación a través del deporte– era una forma bastante incompleta de analizar los intereses sauditas, que son mucho más complejos y elaborados de lo que una sola palabra clave podría abarcar.

En los últimos años, he sostenido que las inversiones estratégicas de Arabia Saudita eran parte de una agenda política compleja para expandir la imagen global del reino, afirmar la supremacía regional, especialmente frente a su rival, los Emiratos Árabes Unidos, y crear una burbuja de distracción patriótica para ocupar a su población joven. Es el equivalente moderno al pan y circo romano.

Esto fue particularmente evidente cuando Arabia Saudita celebró su 93º Día Nacional el 23 de septiembre. Para conmemorar las festividades, Al Nassr, uno de los cuatro clubes de fútbol nacionales propiedad del fondo soberano de Arabia Saudita, publicó un breve clip que mostraba a Cristiano Ronaldo vistiendo el atuendo tradicional saudí, mientras empuñaba una espada ceremonial e interpretaba una danza folclórica saudí llamada Ardah.

Ahora, consideremos las razones por las que Arabia Saudita querría producir piezas de propaganda tan elaboradas para sus propios ciudadanos. ¿Se trata realmente de distraer la atención de los abusos contra los Derechos Humanos? ¿No anunció básicamente Mohammed bin Salman al mundo en una entrevista que no le importa el sportwashing?

Arabia Saudita es sede de numerosos e importantes eventos deportivos, compra ligas deportivas, así como también el silencio de algunos de los atletas más populares del mundo, mientras comete graves abusos contra los Derechos Humanos a un ritmo excepcional. Hace unos días, escuchamos a la activista saudita Lina Al-Hathloul, una de las personas más valientes que conozco, quien nos contó con devastadores detalles cómo Arabia Saudita es ahora, más que nunca, un estado policial. Ni siquiera intentan ocultarlo.

De hecho, Bin Salman y el Estado saudita gozan de una sensación de poder debido al hecho de que estas ligas y atletas continúan arrastrándose sobre manos y rodillas para cobrar sus sueldos, a pesar de los abusos contra los Derechos Humanos.

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